domingo, 15 de julio de 2007




Déjate aniquilar
por la aguda, amarilla luz de los girasoles.
Deja que el sol de junio te hiera y te maltrate
con agujas de oro.
Descansa del amor en un dolor más alto,
muérete del deseo que gime en las raíces
y sustenta a las plantas.
Al fin no es ningún merito la angustia; ni el anhelo
de un cuerpo es desventura mayor que esa otra sed.
Pon a salvo tu nombre.
Déjate aniquilar entre los girasoles;
nadie diga que has muerto de amor, sino de fiebre.



...



Si, al final,
ha de comer la tierra tus delicados huesos,
y ha de dormir tu boca como una orquídea tierna
debajo de raíces y lianas, qué importa
que estés tan descubierto y accesible,
que encauces tu saliva en otros surcos,
que te des a pedazos cada noche
como Profana, y Cruel, y Santa Forma.

Si, al final,
has de ser a despecho de tu carne radiante
y de todo el deseo con que te he coronado
espléndido despojo que posea la muerte...




Josefa Parra Ramos

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La crueldad no tiene limites.

Anónimo dijo...

¿ya no escribes mas?